En realidad no se sabe quién es el indigente, pero seguramente es un tipo perdido entre miles de estudiantes que van a diario a la universidad. Como la mayor parte de los indigentes, seguramente es alguien cuyo hogar se ubica en uno de los rincones más lúgubres del aislamiento, en el que sentado, en las noches, remienda su alma. Probablemente este indigente ha decidido emprender una batalla distinta a la emprendida a diario contra los vestigios del hambre. La intemperie ha fortalecido su sistema inmunológico, no le ofende que le vean como un pelagatos, la batalla contra la ignorancia y la incomprensión hace rato la ganó.
A pesar de que no se sabe en relaidad de quién se trata, el indigente ha empezado a materializar su propósito de dejar huella, de marcar mentes. Es evidente que está diseñando una estrategia para confrontar la realidad. Algunos han notado su existencia, pero no tiene la libertad ni el atrevimiento de buscarle e inmiscuirse de lleno en el diseño de la estrategia. Seguramente el indigente es un ser libre en extremo, que es cautivo dentro de esta sociedad que lo margina. Si alguien que sabe de su existencia lo dibujara, lo más seguro es que dibujaría un ser extraño, con alas.
El indigente tiene una imagen que no se ve, es como un fantasma que todos ven pero no lo perciben. Su rostro ha sido muchas veces el emblema del olvido.